Capítulo 5: El mal anda cerca
Sabía que algo no andaba bien, que
esas cosas no eran algo normal, pero aún con esa sensación de miedo siempre
traté de actuar tranquila. Le buscaba la explicación científica primero, veía
el asunto desde varios ángulos. Nunca atemoricé a mi familia, creo que siempre
fui valiente.
Les conté a mis padres el suceso que
había visto esa noche que me quedé afuera a dormir. Obviamente mis padres no me
creyeron. Pensaron que yo era una adolescente de 12 años con el intelecto muy
desarrollado y que eso eran mis historias de ficción. Las cuales algún día
escribiría.
Muchas veces me desvelé, sentada
escribiendo miles de historias. Era disciplinada. El escribir es una disciplina
que yo cumplía noche tras noche. Era como la hora de la inspiración diría yo,
hasta que un día hablando con mi mejor amiga Sonia, amiga ya de la secundaria.
Me contó algo de la hora macabra, las 3:00 a.m era la hora del diablo, según
ella, la hora en que había más energía y podían verse y sentirse todo tipo de
sucesos fantasmales.
Me tomé el comentario lo más normal
posible, pero una noche de esas que yo escribía, sentí que me veían a lo lejos,
al otro lado de la ventana. Uno siempre siente miradas, pero esta sensación era
horrible, te producía escalofríos, yo siempre me hice la valiente, era fuerte,
pero a veces cuando sentía que no podía con esa especie de sensación, pedía
protección a Dios, él que todo lo puede y que todo lo sabe.
* * *
Cuando mi padre nos llevaba con mi
abuela Ofelia, siempre agarraba los periódicos y me encantaba leer sobre las
historias que contaban las mujeres en las cárceles, y había otra sección que me
gustaba sobre historias de terror que la gente contaba. Una vez, me llamó la
atención una historia donde se narraba sobre el diablo, lucifer, satanás, como
le quieran llamar. Se relataba que Lucifer, no es como las barajitas de lotería
nos lo pinta, rojo, con cuernos y una cola. Él es, un ex ángel, el más bello, y
puede aparecerse como el quiera, para producir temor, daño y maldad.
También supe que los fenónemos
Poltergeist algunas veces se presentaba donde hubiera adolescentes, entre los
12 a 16 años. Algunas veces las luces de la casa se prendían y apagaban. Se
movían los abanicos de techo y siempre había ruidos en la noche. Como alguien
danzando arriba del techo.
Para mis padres y hermanos todo era
normal, eran cosas que quizá en todas las casas pasaban. Pero para Misifú y yo
algo estaba pasando en casa.
Misifú cada vez se estaba volviendo
una gata miedosa. Ella veía cosas que yo no podía ver con el sentido de la
vista, más si podía sentir y podía percibir. Alguien alguna vez me dijo que yo
tenía “eso”muy desarrollado y que pasando el tiempo podía ver cosas que los
demás no ven. Le pregunté que era “eso” y me dijo que algún día lo entendería.
Yo tenía la manía, aparte de escribir
en la madrugada, de dormir con música, y Misifú casi siempre estaba a mi lado.
Nosotras estábamos en un cuarto que quedaba cerca de la terraza y una madrugada
vimos una sombra oscura acercándose a la puerta, tras de ello, se escuchó un
golpe muy fuerte. Misifú corrió y mis piernas no reaccionaron, lo único que
pude hacer fue taparme con la almohada, y esperar a que esa sombra se alejara.
* * *
Alexa era muy pequeña para entender
algo sobre estos asuntos, así que trataba de no hacer comentarios al respecto.
Ella nunca me comentó nada y Eddy era muy escéptico para estas cosas, todo lo
tomaba a broma.
Con mi madre, era diferente, ella me
escuchaba, no me creía loca, pero no opinaba al respecto, sólo me escuchaba
atentamente. Quizá para ella su silencio era protección. Yo a ella le contaba
todo, con el hecho de escucharme ya era mucho para mí, pero yo tenía que
investigar. Las cosas paranormales no se dan por sí solas, siempre hay algo en
el fondo. No algo bueno.
* * *
Algunas veces, en algunas tardes, me
entraba la melancolía. Y mi vista se perdía en la lejanía, en el horizonte. Me
sentía tan sola. Pero me encerraba en mi misma. Sabía que algo no me sabía
feliz, pero no sabía lo que era. Dudo que algún adolescente lo sepa.
Y allá a lo lejos de mi habitación,
podía ver la esa cruz blanca que se perdía entre la hierba crecida, ahí donde
encontraron a Julia. Muchas madrugadas veía un vestido blanco flotar y me
tallaba los ojos de la duda, pero ahí andaba, el aire lo decía.
Supe, no recuerdo cómo ni quien me lo
dijo, que los asesinos de Julia habían tenido un mal destino, uno de ellos se
había ahorcado y otro había tenía una muerte horrible, que más horrible que
morir en llamas.
Siempre me ha dado miedo el fuego,
tengo tanto temor. Alguien me dijo que quizá en una vida pasada fui bruja, y
por eso tenía miedo hasta de prender un cerrillo. Pero morir en llamas me
parece terrorífico. Siempre mis peores pesadillas que se repitieron era ver esa
casa quemada, no sé que significaba, pero soñaba con frecuencia que en la casa
ocurría un incendio.
Despertaba sudando y gritando de
miedo, muchas veces mi mamá me despertaba cuando veía que estaba teniendo una
pesadilla. Más adelante quizá esos sueños me revelarían algo.
* * *
Una noche, al salir de la
preparatoria, para mis males, me habían mandado al turno nocturno, y salía muy
tarde. Mi madre se quedaba preocupada la mayoría del tiempo, pero yo trataba de
tranquilizarla diciéndole que nada me pasaría, que yo era una chica fuerte,
valiente y me sabía defender.
Pero una noche, salí muy tarde, el
autobus venía lleno, así que esperé a que pasara el otro y eso aumentó más la
espera. Yo me sentía feliz en la noche, ver la luna, sentir la brisa fresca y
andar a altas horas de la noche. Pero esa noche las cosas cambiaron para mí.
Durante el trayecto del camión yo iba
tranquila, quizá preocupada por mi mamá, porque sabía que estaría angustiada
por la hora de mi llegada a casa. Como faltaba unos pocos minutos para las 12
de la noche, la avenida ya estaba muy despejada, sólo andaban la gente que
trabajaban y alguno que otro estudiante.
Cruce la avenida, y me dirigí al
teléfono público para marcarle a mi madre que ya estaba cerca de casa. Cuando
colgué, de la nada me salió al paso un carro blanco, muy brilloso. Y el hombre
que iba al volante me dijo que me subiera, que él me llevaría. Sonreía, y sus
ojos eran muy brillosos. Yo no supe que decir, sólo seguí caminando.
Ese hombre me produjo tanto miedo,
que comencé a temblar. Y el hombre seguía en su carro, sonriendo, con la
sonrisa más malevola que yo haya visto.
—Yo te llevo, no te acuerdas de mí,
yo siempre estoy cerca de ti, sé todo de ti.—me dijo con una voz que odié por
mucho tiempo.
Sentí miedo y corrí, no había ninguna
persona en las calles y faltabas varias cuadras para llegar a mi casa. No se
veía nadie afuera. Y no supe qué hacer, tocar la puerta de una casa y correr.
Pues corrí, corrí como nunca, y ese hombre me seguía en ese vehículo blanco que
me produjo pesadillas por algunos años.
Y corrí sin detenerme, con mi
respiración agitada, con crisis de histeria y rodando por mis mejillas un
montón de lágrimas. Y ese hombre venía detrás de mí, riéndose a carcajadas. Y
caí, caí en ese lugar; en ese lugar que a muchos les daba miedo. Ahí donde
Julia fue violada y asesinada. Y me dio miedo, y sentí asco. Me faltaba el
aliento. No podía respirar. Yo no podía correr por el asma, y corrí, me excedí
y ese hombre al verme en el suelo, bajó del auto y lo ví. Vi su cara, una cara
con un gran resplandor. Vestía traje negro y llevaba varios anillos. Y
retrocedió, se subió al auto y desapareció sin dejar rastro.
Mi madre a lo lejos me vio tirada en
ese lugar y se horrorizó, corrió hasta donde me encontraba y mis sollozos no me
dejaron contarle nada. Cuando pude respirar, le dije que un hombre me venía
siguiendo. Y a ella le dio coraje, pero no tanto como a mí.
Dos días después, yo seguía con el
trauma del carro blanco, lo soñaba a diario. Me daba temperatura y me enfermé.
Caí en cama. Caí en depresión. Me pudo haber pasado algo peor y no me pasó.
Dicen, no lo sé, y ni me interesa
saberlo. Pero una viejita me contó una leyenda urbana. Que a veces se aparece
un hombre, por esas calles, así de elegante, así de brillante, queriendo
llevarse a jovencitas que caen rendidas por ese vehículo, por la ambición, pero
es algo maligno, la maldad es grande y no conocemos esa magnitud.
Yo no me explico como de la nada
apareció y de la nada desapareció. También alguna vez lo leí y mi madre y yo
sólo nos vimos a los ojos. No nos dijimos nada, ella también había sentido mi
dolor, mi desesperación, pues creí que terminaría igual que la mujer que a
veces rondaba mi habitación.
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