Blog-Novela

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lunes, 24 de marzo de 2014

Capítulo 1: Regreso a casa



Capítulo 1: Regreso a casa




Le contesté a mi madre que si aceptaría regresar vivir a la casa. Ni siquiera lo medité; con tal de salir de la casa de mi suegra, donde las hermanas de Alejandro me habrían tratado con la punta del pie, lo menos que quería era seguir compartiendo el mismo techo con esas arpías.

Sin dudarlo, le dije a mamá que a finales de marzo nos iríamos Alex y yo a 'cuidar' la casa, que no se preocupara, que todo estaría bien. En esos momentos no recordaba o no quise recordar todo lo vivido. Los recuerdos sólo eran negativos viejos y borrosos en mi memoria. O eso quería creer.

Poco sabía Alex, sólo le había contado pedazos de una historia que quería dejar en el olvido. Creo que él pensaba que yo era demasiado novelera, y que había visto demasiadas películas como para tejerme una historia, y que todo era producto de una imaginación muy desarrollada.

Hace ya más de un año, cuando andábamos en el carro, le hice mención sobre   la casa en la que había vivido casi toda mi vida, y de la cual había dejado unos años, en la que salí huyendo o más bien algo hizo que huyera realmente.

No creo que quieras saber por qué salí de esa manera de casa de mis padres le dije, con cierto tono de ironía.

Pues, nunca has querido. Sólo lanzas frases a medias, pero no quieres ahondar.

Lo que tenga que decir no es para escépticos- señalé — como justificándome.

Pero deberías de confiar en mí. Las parejas se cuentan todo ¿o no?

No siempre Alex. No siempre. A veces uno tiene sus secretos. —lo dije más para mí que para él.

Pero no quiero que tengas secretos conmigo.

Está bien. Algún día, cuando tenga tiempo te contaré. La historia es larga.


Y mientras Alex manejaba rumbo a casa, absorta en mis pensamientos, dudaba un poco sí platicarle todo a Alex, y no por falta de confianza, sino porque no quería de nuevo tratar de entender lo ocurrido. Ya que uno siempre quiere interpretar los hechos, pero a veces la comprensión sale sobrando.


★ ★ ★

Ese domingo de visita a casa de mis padres, le conté a mi mamá que mis cuñadas me estaban haciendo la vida imposible. No sabía por qué, pero así era. Eso podía afectarle al bebé, así que quería pasar los últimes meses de gestación en una ansiada tranquilidad.

Mi madre me observó, y me dijo que le comentaría a papá, lo de la idea que habíamos tenido de vivir unos meses en aquella casa, mientras esperaba mi crédito hipotecario. Y sobre todo, lo más importante, la llegada del bebé.

Las dos convenimos en que era lo mejor, para mi tranquilidad y la del bebé, pues hacía unas semanas que me habían dado de alta de la clínica por una amenaza de aborto. Mi primer bebé. Amaba a mi bebé y no quería perderlo.

Esa tarde comí con mi madre y Alexa, mi hermana menor. Fuimos un rato al parque. Yo ya no podía caminar con agilidad, me pesaba la panza, sentía una enorme barriga, eso que apenas tenía cuatro meses de embarazo. Si alguien me veía por la espalda pensarían que no estaba embarazada, era sólo mi panza la que sobresalía. No, aún no tenía la seguridad del sexo de mi bebé.

Oscurecía, mi padre ya estaba enterado que quería regresar a aquella casa. No opinó, sólo dijo que le parecía bien. El pasado estaba enterrado. Ahora lo importante era el bienestar, y si mis cuñadas no me lo brindaban, yo debía volar de nido.

—Bueno, ahorita que venga Alex platicamos con él.—dijo mi madre.—Que sepa que decisión has tomado—.

—Si mamá, déjame le marco.—Cojo el celular.

—<<Alex, puedes venir por mí ya. Es hora de ir a casa>>.

—<<Sí amor, voy para allá>>.

—Ya viene mamá.

Guardo el celular en mi bolsa, mientras esperamos a Alex, mi papá me dice que no me preocupe por nada, que ellos se harán cargo de los recibos para los servicios básicos de la casa. Sólo hay que darle una manita de gato, pues abandonaron la casa hace cuatro años aproximadamente.



                                                       ★ ★ ★



Ya tomada la decisión de irnos de casa de mi suegra. Alex y yo nos dirigimos a casa a dormir. Nos esperaba una jornada larga. Teníamos que preparar la mudanza. Las mudanzas son desgastantes. Si lo sabré yo, que me he mudado más de diez veces. No había encontrado todavía mi hogar, y ya era hora que me establecería, pues ya con un bebé, sería difícil andar de aquí para allá.

Cuando le comentamos a mi suegra Magda que pronto nos mudaríamos de casa, para ya no tener problemas con sus hijas, le dio tristeza. Ya estaba acostumbrada aún con peleas y problemas, a que todos estuviéramos ahí. A que compartiéramos la casa. Más aún, que Alex, es uno de sus hijos favoritos, al que consiente demasiado. Ella lo ha maleducado un poco, nunca le puso límites. Y le dio demasiada libertad, cosa que yo, en lo particular, no estaba muy de acuerdo.

—Hija, pero ¿por qué se van?

—Ya le habíamos dicho suegra, que sí las cosas seguían igual con Miriam, teníamos que abandonar la casa. Yo no voy a seguir aguantando más discusiones. Y ahora con lo del bebé, menos.

—Te entiendo hijita, ¿ya lo tienen decidido?

—Sí mamá—refunfuñó Alex—, ya está decidido, no hay vuelta de hoja. Así lo quiere Elisa.

—¿Y cuándo se van?—preguntó mi suegra con tristeza.

—El sábado que viene —digo mirándole—.

—Pero es el cumpleaños de Alex —afirma.

—Lo sabemos mamá —le dice dándole un beso en la frente—, aún así nos marcharemos ese día.


Y a decir verdad, la señora Magda, era como mi segunda mamá. No todas las suegras son espantosas como las pintan la mayoría. Creo que soy afortunada de tenerla. No sólo me abrió las puertas de su casa sino de su corazón. Pues me hice confesiones que no a cualquiera se las daría. Y yo gustosa la escuchaba con el afán de que pudiera desahogarse, de liberarse. Pues en sus ojos se escondía una tristeza añeja, que yo a lo lejos podía oler.

Esa noche no pude dormir, creo que eran ya muchas emociones en los últimos días. Necesitaba estar sola, estar conmigo misma. El tener un bebé no es cualquier cosa, no es una mascota ni un mono de peluche. Yo no tenía idea para nada de bebés, mi mundo estaba muy alejado de las mamilas y las chupetas. Dios mío, me sentía tan pero tan ignorante. Que aún con miles de libros sobre bebés no llenarían todas las lagunas que profería mi mente.




★ ★ ★



Llego el cumpleaños de Álex y ese día nos mudaríamos. Me levanté temprano. Sentí demasiadas naúseas. Algunas cosas ya las había guardado con anticipación las noches anteriores, en las que me desvelaba viendo novelas de antaño, pero era la única manera de distraerme. A veces me daba por tejer, tejía con un estambre azul, haciendo chambritas para cuando naciera mi bebé. Alguna que otra lágrima se me escapaba y se evaporaba así de rápido con el calor que se sentía en el cuartito.

Me dirijí a la tienda antes de ponerme manos a la obra, también me faltaban bolsas grandes negras de plástico para guardar más ropa entre otras cosas. Me compré un jugo grande de naranja y unas galletas para apaciguar mis tripas. Tenía mucha hambre, pero quería acabar antes de que llegara Alex del taller mecánico. A buena hora andaba fallando el carro, pero lo necesitábamos para transportar nuestras cosas.

Alex tardó tanto en llegar para que me ayudara. Le reclamé su tardanza, ya se me había olvidado, con lo de la mudanza, que era su cumpleaños. No recuerdo si lo felicité, más si le di un gran abrazo y lo apuré para ir guardando nuestras cajas, bolsas; nuestros recuerdos también iban ahí en ese par de maletas y objetos sin valor.

—Son muchísimas cosas Elisa —me regañó Alex— ¿No prefieres que dejemos la mitad para después?.

—No, no quiero regresar y ver las carotas de tus hermanas. Prefiero que lo llevemos todo, aunque sea agotador. En verdad lo prefiero.

—A ver si el carro nos nos hace una mala jugada.

—Esperemos que no, vamos apurarnos, para poder en la noche celebrar tu cumple, ¿Qué te parece?

—Bueno vamos.


Muy apenas pudimos acomodar las cosas en el carro, por fortuna no teníamos muebles que transportar, sólo algunas mesitas y estantes. Mis papás acordaron conmigo de que ocupara las cosas básicas que se habían quedado en la casa. Al parecer habían dejado algunas cosas, no todo se habían llevado cuando al igual que yo, también se habían salido de esa casa.

Sentí escalofríos cuando Alex apagó el motor del coche. Habíamos llegado. Busqué torpemente las llaves que mis padres me habían dado. Al estar frente a la reja que rodeaba el porche sentí como una oleada de brisa fresca sacudió mis cabellos.

No dije nada a Alex, sólo abrí la cerradura de dos candados que se encontraban en el porche y abrí también la puerta principal. Ambas cerraduras ya estaban viejas y oxidadas, batallé un poco para abrirlas.

Alex bajaba nuestras cosas, y yo con un pie dentro de la casa, no quise dar marcha atrás, ya estábamos ahí. ¿Qué podía pasar? Creo que ya era cosa del pasado. Y como quien saluda a un viejo amigo. Me escuché decir. <<Aquí estoy otra vez, he regresado>>. Nadie respondió.

La pintura de las paredes estaba desquebrajada, los muebles tenían mucho polvo y podía ver que en ciertos rincones de la casa había telarañas. Era una casa muy grande para dos personas. Habría que elegir una habitación de las seis habitaciones. Atrás de la casa, había una casa de madera que mi padre había construido hace años, todavía estaba ahí, la miré desde una de las ventanas de la cocina. La madera había sido pintada de color azul. Pero el árbol gigante, ese árbol, ya no estaba igual. Quizá intentaron cortarlo, sólo estaba la corteza.

No pude recorrer las demás habitaciones porque Alex me alcanzó, yo estaba en la cocina, tratando yo sola de darme una buena bienvenida. No quería echarlo a perder. Uno tiene que hacer las paces con todo lo que involucre el pasado, aunque ésta sea una casa.

—¿Así que aquí viviste mucho tiempo Elisa? —me pregunta Alex sacándome de mis recuerdos.

—Sí, así es. Toda mi niñez, mi adolesencia... y...

—¿En dónde quieres que deje las cosas?

—En la sala, quiero ocupar una de las habitaciones de abajo, ya ves que dijo el doctor que no podía andar subiendo escaleras, y quiero estar cerca del baño, tú sabes...

—Sí, lo sé querida, tus naúseas matutinas.

—Amor, acuérdate que tenemos que revisar los aparatos eléctricos. Quizá no funcionen, y es mejor darnos cuenta... afortunadamente trajimos nuestro televisor.

—Sí, dejame checar eso.


Mientas Alex checaba si los aparatos que mis padres habían dejado funcionaban. Me dirijí hacia las escaleras, pise un escalón y me detuve. Fue como transportarme en el tiempo. Cerré los ojos y las cortinas de los grandes ventanales del salón de estar comenzaron a ondulearse.

Subí con esmero esos escalones en los cuales yo había recorrido un montón de veces, pero en los que una vez bajé para escapar, para no pisarlos jamás. Y ahora estaba ahí plantada, tratando de subirlos. Pero ya no sola, sino dentro de mí, había una vida. Éramos los dos los que estábamos subiendo las escaleras. Mi bebé y yo. Yo con un miedo que regresó. Un miedo que creí que ya no volvería jamás.

Abrí los ojos, y ya me encontraba en aquel pasillo, en ese largo pasillo. El sol ya se estaba metiendo, y había mucha oscuridad. Abrí una a una las habitaciones, y cuando las abría los recuerdos pasaban sobre mí como fotografías. En aquellas paredes había tantas historias. Llegué al cuarto de Alexa, las paredes aún conservaban el lila que ella había escogido para su cuarto, y que a mí me había parecido ridículo porque todas las habitaciones tenían un color uniforme, sólo el de mi hermana desentonaba.

Ahí estaban, algunos de los que fueron sus muebles, viejos y con polvo. Toqué con mis dedos la superficie de ellos. Y temblé. El olor, un olor espantoso se esparcía por las habitaciones. Quise abrir la ventana del cuarto de Alexa; al abrirlo, me corté... estaba roto el vidrio. Creo que alguien había entrado a robar cuando supieron que la casa estaba sola. Y así como han de haber entrado creo que salieron huyendo. Una casa vacía siempre es inofensible. Eso han de haber creído. Pero obviamente se equivocaban.

Caminé de nuevo hacia el pasillo y estuve unos minutos afuera de esa habitación, la que más me producía temor. Esa habitación era la de mis padres, cuando pase mi mano por la cerradura al abrirla la puerta rechinó. Mi corazón latía a mil por hora. El bebé me comenzó a patear fuerte el vientre. Y retrocedí, retrocedí hacia las escaleras. Bajé corriendo, tan así que olvidé que estaba embarazada.

Me dirijí al baño de uno de las habitaciones de la planta baja, sequé mi sudor. Mis uñas estaban marcadas en las palmas de mis manos. Y miré mi rostro pálido, desencajado. No creí que volvería a sentir todo aquello. Cuando mi madre y yo convenimos en que sería bueno que ocupara la casa vacía. Olvidamos un asunto, creímos que al huir todos, todo se había acabado. Pero no terminó. Quizá quisimos creerlo así, por el bien de todos.


★ ★ ★


Ayudé a Alex a bajar las cosas más ligeras del auto, no quise preocuparlo con las sensaciones que me habría producido recorrer las habitaciones. Quizá sólo estoy nerviosa, nerviosa por lo del bebé, la mudanza, los cambios de mi vida. Traer un hijo al mundo no es cualquier cosa, no es una mascota ni un mono de peluche. No vienen con instructivos.

Y hablando de mascotas, cuando estuve en el baño secando el sudor de mi rostro. Percibí un maullido, ¿habría un gato dentro de la casa? Mi mamá no me comentó nada, suponiendo que la casa ha estado vacía. Bueno, le preguntaré a los vecinos cuando los vea.

—Amor, estás muy callada, ¿te sientes mal?—me preguntó Álex algo preocupado por la expresión de mi rostro—.

—No, corazón, me siento bien, sólo es el calor. Y la panza realmente me pesa—le digo para tranquilizarlo, acariciando mi abultado vientre.

—No te lo quería decir, pero ya tengo demasiada hambre, ¿tú no?

—La verdad sí, pero creo que es mejor que empecemos acomodar las cosas, antes de que oscurezca.

—Bueno, apúremonos entonces, ¿qué hacías hace rato? ¿ya decidiste en qué habitación poner las cosas?

—Sí Álex, hace rato te comenté que tomáramos una habitación en la planta baja, cerca del baño. No quiero subir escaleras. Y... eso será lo mejor.

—Pero, de igual manera, tendremos que limpiar toda la casa ¿no crees? Hay demasiado polvo, y sé que eso no es bueno para tu asma.

—Lo sé, pero primero lo primero, mañana limpiaremos, ahorita, la verdad... creo que ya me siento cansada y no quiero subir.


Conociendo a Alex como es de terco, quería quitarle la idea de limpiar toda la casa, pues no terminaríamos nunca de limpiar cada rincón. Y para ser sincera, no quería subir, y volver a sentir lo que sentí. No quería ni siquiera pensarlo. No sé si era producto de mi imaginación, o si ya estaba yo chocheando. Quizá el embarazo me hacia ser muy susceptible. Quizá era mi vista cansada. Y ya el lunes tenía que volver al trabajo después de unas semanitas de vacaciones. Dizque vacaciones, porque estar en casa soportando a las hermanas arpías y metiches de Alex, obviamente que no eran vacaciones. Pero sí, al menos, dejé de descansar mi vista. Estar todo el día detrás de una computadora, como editora de textos, es agotador. Aunque amaba mi trabajo, siempre quise trabajar exactamente para el periódico en el cual trabajaba, pero también tenía que decir, que era muy cansado. Y más en mi estado, en el que quería pasármela dormida todo el día. Alex hacia muchas cosas por mí, quería que yo estuviera a gusto, me consentía demasiado, más chiflada no podía estar.

Mientras acomodaba mis cosas personales en un mueblecito de madera que mamá había dejado y Alex se encargaba de bajar todas las cosas del auto. Escuché el tronido de un cristal, algo o alguien había roto algo, el sonido provenía de la casa de madera que mi padre habría construido en el patio. No quise averiguar, pues ya estaba muy oscuro, los fotos del patio exterior no servían. Pero sentí correr en mi piel algo helado, dos ojos rojos me veían a lo lejos, en uno de los ventanales de la casa de madera. Me quedé petrificada, no supe que hacer, no me salió la voz. Y ahí estaba ella, de nuevo, con un maullido de ultratumba que resonó en mis oídos.



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